Como todo centro de las grandes ciudades, el de Bogotá es una suerte de aventuras y recorridos sinuosos entre las rutinas y las incertidumbres. Pensando en no transitar por los lugares turísticos de las guías de siempre, me atrevo a hacer esta lista incompleta de algunos lugares que le gustan más a los viajeros que a los turistas quienes siempre tienen esa agudeza para encontrar lo que a veces los mismos residentes no vemos.
Empezaré por el más conocido y extenso de estos lugares: El Centro Internacional, que más que un lugar es una zona realmente grande y en plena densificación ya que este sector ubicado entre las calles 26 y 34 entre carreras Séptima y Caracas está teniendo su segunda juventud luego de años de abandono. Es muy parecido al fenómeno que hace unos años vivió Puerto Madero en Buenos Aires, que luego de haber sido punto de embarque y despacho se fue entregando al olvido y a la delincuencia, pero luego encontró voluntad política y visión emprendedora para convertir esa zona deprimida en uno de los principales atractivos de la capital porteña.
En el Centro Internacional, luego de años de desidia con potreros baldíos en el sector de San Martín, comenzó su recuperación en los años 50 con la construcción del Hotel Tequendama y en los 70 con el conjunto de oficinas y apartamentos del mismo nombre que crearon un magnifico marco para el viejo edificio del Panóptico que luego de diferentes usos comenzó a albergar las colecciones del Museo Nacional. Dentro del Centro Internacional está el conjunto residencial de Parque Central Bavaria que fue el precursor de la recuperación de este sector de San Martín con la construcción de apartamentos y lofts con ese toque industrial que heredó de las viejas instalaciones de la cervecería de Bavaria y que hoy acomoda, además, a varios restaurantes de buena cocina. Cuenta la leyenda que los dueños del proyecto inmobiliario ofrecieron comprar los predios del colegio María Auxiliadora a las hermanas de la comunidad salesiana para poder ampliar sus terrenos, pero éstas en su lugar, ofrecieron comprar el lote de todo el proyecto para ampliar el colegio… Hasta ahí llegaron las pretensiones de la expansión horizontal en la propiedad del colegio, que en una época se llamó “un prado en el camino de Chapinero”.
Muy cerca de allí está el barrio La Perseverancia donde una estampa bogotana tradicional es la de los pensionados jugando dominó y ajedrez en su encumbrado andén sobre la carrera quinta. El barrio La Perseverancia, construido como uno de los primeros barrios modernos que incluyó alcantarillado y acueducto en la capital, fue construido por pedido de Leo Koop para albergar a los trabajadores de la planta de la nueva cervecería y así éstos no tuviesen que transportarse durante largos trayectos en el tranvía de mulas desde el Centro. Hoy, descendientes directos y antiguos empleados disfrutan las tardes soleadas tomando chicha en el viejo barrio obrero que colinda con el bohemio barrio de La Macarena, atestado de pequeños restaurantes como una especie de Palermo bonaerense.
No muy lejos de estos barrios está Bosque Izquierdo, una colección de no más de 6 manzanas que parecen ser el secreto mejor guardado de la urbanización en el centro de la ciudad. Lujosas y amplias casas con patios grandes y de diferentes estilos que parecen gemas en una pequeña corona sobre la falda de la montaña arriba de la carrera quinta, parecen apertrechadas entre La Macarena y la frontera que trazó la Avenida calle 26.
Muy cerca de allí está La Merced, conocido también como el ‘barrio inglés’ por su estilo Tudor y a donde las tradicionales y adineradas familias que vivían en La Candelaria fueron seducidas por la idea de habitar el primer barrio moderno de Colombia, porque sus casas tenían garaje, un extraño espacio que las casas no tenían y que a partir de ese momento servirían para guardar la exótica máquina llamada automóvil…
En La Merced estuvo uno de los primeros estadios de fútbol del país que tenía capacidad para 7.000 espectadores en los predios que le pertenecían a la Compañía de Jesús. La Compañía vendió parte de sus terrenos colindantes con el Parque Nacional para construir la sede del colegio San Bartolomé. Las inmensas casas de La Merced, enseñadas a atenuar el frío con más de cuatro chimeneas por casa, sobrevivieron a los trágicos hechos de El ‘Bogotazo’ porque quedaban muy al norte de los principales desmanes. Aún así, francotiradores dispararon a diestra y siniestra sobre los tejados al intentar asesinar al General George Marshall, Secretario de Estado de los Estados Unidos, legendario héroe de la Segunda Guerra Mundial, y que estaba alojado en una de estas casas. Así mismo, un tanque de guerra salió desde el Batallón Guardia Presidencial y sacó de una de las casas de La Merced al líder político Laureano Gómez para llevarlo hasta el Palacio de San Carlos y que así apoyara al presidente Ospina Pérez. Hoy La Merced es un barrio en el que deambulan los estudiantes de tres universidades, algunos artistas y casi ninguna familia, pero su aire bucólico permite imaginar la hora del te hace más de 50 años.
A la hora de las compras
Tres lugares son sencillamente imperdibles a la hora de pensar en compras no usuales en el centro de Bogotá. El primero de ellos es el Pasaje Rivas, una vieja galería comercial sobre la carrera Décima a la que se entra en medios de canastos, sillas de mimbre, asadores de hierro, totumas y toda suerte de cestería. Entrar allí es encontrarse con un abanico de colores con una increíble cantidad de productos artesanales a muy buenos precios.
Si quiere comprar libros, en lugar de ir a las aburridas librerías de cadena, le recomiendo darse una pasada primero por la Feria del Libro en San Victorino (Avenida Jiménez con carrera Décima). Allí encontrará desde los clásicos de la literatura hasta las novedades editoriales; o si pensaba ir al archiconocido Museo del Oro, a pocos pasos de ahí está Merlín, una tradicional ‘librería de viejo’ que tanto atrae por apilar sus volúmenes en un aparente desorden que no es más que el orden del librero que conoce cada libro, cada autor y cada una de sus ediciones.
Y si se antojó del vil metal en el Museo del Oro, a pocas cuadras de allí, entre las calles 15 y 11 aproximadamente sobre la carrera sexta hay al menos 200 pequeñas joyerías con todo tipo de estilos (modernos y precolombinos) y para todos los presupuestos.
La tarde y noche puede rematarla en un lugar diferente a lo que plantea la Zona G o ‘la T’. La propuesta es que vaya a la Calle del Embudo, llamada así por la estrechez que forma la cercanía de las fachadas y por donde no pueden pasar más de dos personas a lo ancho de manera simultánea. Allí puede tomar lo que quiera, pero el desafío es medírsele a la chicha, la ancestral bebida indígena de maíz fermentado y salir caminando por sus propios medios… Allí hay varios expendios de esta bebida casera que se la puede tomar al final de la empinada calle donde aparece la íntima plazoleta del Chorro del Quevedo, donde se presume fue el origen de Bogotá con una pequeña iglesia y 12 chozas. Siéntese, relájese y disfrute de su chicha mientras oye algún show de cuentería urbana.
De esta manera, en un camino lleno de fuerza centrípeta, desde los bordes del Centro que empiezan al norte en la calle 34, terminamos en el centro del centro, en el ombligo de la génesis de la ciudad. Disfrútela con todo su vértigo.
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