8 arcos de roca perfectos para un ‘selfie’
Ruta por monumentales puertas de piedra que la naturaleza ha horadado en la costa española
Pont d’en Gil, Ciudadela (Menorca)
Esta “artesanía de olas y milenios”, en palabras del poeta
José Hierro, responde a caprichos erosivos y, por ello, tiene una
cualidad efímera como evidenció el pasado mes de marzo el derrumbamiento
de la Ventana Azul de Malta a causa del fuerte oleaje. Se trata de
farallones en forma de puente o arcadas pétreas que parecen enmarcar el
gran azul. Conocíamos los arcos de la playa de Las Catedrales, en la
costa de Lugo, pero hay más en otros rincones de España (y sin tanta
gente).
Aparcamos tras el Menorca Sea Club de Cala En Blanes y nos disponemos a disfrutar de una caminata de 10 minutos por una costa virginal hasta lograr el ángulo visual requerido para ver la arcada que se abre en medio del Pont d’en Gil, espigón rocoso desde cuya ubicación es imposible observar la caída del sol sin conmoverse. La zona está repleta de cuevas submarinas.
En la playa de la Peña Horadada y en horario de bajamar es
posible situarse debajo de un arco monumental. Camino de Ajuy (Pájara),
tras rebasar el punto kilométrico 2, tomamos a la derecha la pista (sin
señalizar) que comunica con el barranco de la Peña. Bajo el conjunto
escultórico arqueado se forma una piscina en bajamar, y durante la
puesta de sol el deslumbramiento es, si cabe, mayor. Un tubo volcánico
erosionado sirve de tobogán. En Ajuy espera el pescado frito de La Jaula
de Oro.
En cuanto a farallones (castros), no hay litoral tan
ubérrimo como el llanisco. En él sobresale el islote de las Gaviotas o
Desfuracado, suspendido en dos pilares calizos asimétricos, lo cual lo
estiliza. En Villahormes buscamos la playa de La Huelga. Antes de
embocar la bajada, se toma la pista a mano derecha que conduce al
aparcamiento, desde donde se contempla el castro bajando por los
escalones de La Canalina. También podemos bordear el acantilado unos 300
metros hasta enfilar el castro a gusto del viajero. Para fotografiarlo
desde la arena de La Huelga es imprescindible horario de bajamar.
Al pintor paisajista argentino Francisco Bernareggi debemos la inclusión de este islote hueco en el imaginario
colectivo balear. En Cala Santanyí hay que obedecer las señales a Es
Pontàs y aparcar cerca de la calle Sa Cova des Vell Marí, de donde parte
el sendero que en cinco minutos nos deja en una de las cinco estelas
que el escultor Rolf Schaffner fijó en los confines europeos. De allí se
baja al mirador del acantilado. La monumentalidad de la geometría,
lejos de empequeñecer y alejar al espectador, acrecienta la sensación de
proximidad. Con buen tiempo llegan hidropatines desde las calas de
Llombards y Santanyí, no faltando imprudentes que se encaraman a su
estructura.
En la isla de El Hierro contamos con cuatro arcadas de gran
fuerza estética. Por Echedo bajamos a la piscina natural de Charco
Manso, en cuyas coladas crece vegetación de inflorescencia amarilla. No,
el apelativo de manso no puede extenderse al resto del paraje: a la
izquierda, con los bufaderos por donde entran olas rabiosas; a la
derecha, con un arco continuo de gran tamaño. Uno de esos raros
accidentes naturales que el hombre ha llenado de significado simbólico:
en el libro El Hierro, formas mágicas, de Javier Bello, se sugiere el
abrazo de dos elefantes.
El parque geológico Costa Quebrada se extiende de Liencres a
Santander, cuyo Puente del Diablo se vino abajo por un temporal en
2010, igual que la isla Foradada cinco años antes. El urro Manzano, este
sí, resiste en la antigua línea de costa, 150 metros mar adentro. Desde
la playa de Portio hay que subir al acantilado de su banda derecha para
fotografiar una fascinante perspectiva de urros (farallones) y,
caminando 300 metros hacia el este, del erosionado portalón llamado
Canto del Diablo muy posiblemente por su apariencia de animal fabuloso.
Los arcos antes de formarse en la rompiente fueron a menudo
oquedades descompuestas en medio de penínsulas calcáreas. Tal ocurre con
la roca Foradada, arco tunelado de 35 metros de largo por 3 de alto en
su punto más bajo, situado al norte de L’Estartit, en el parque natural
del Montgrí, Islas Medas y Bajo Ter. Se puede contemplar justo antes de
bajar a pie a la intacta cala Pedrosa, si bien hay barcos turísticos que
se acercan a la cueva e incluso la atraviesan. La virginidad del
acantilado apabulla.
Se trata de un hito paisajístico de la cala Albarca, muy
bien preservada debido a su arisca verticalidad. Contados 1,7 kilómetros
desde la iglesia de Sant Mateu, en medio de una arboleda, embocamos la
pista. Luego habrá que descender a pie todo el acantilado por una pista
inundada de pinos, brezos, plantas aromáticas. Muchos regresan exhaustos
al coche. En el puente quien más quien menos se sube para que otro
realice la instantánea inolvidable.
Aparcamos tras el Menorca Sea Club de Cala En Blanes y nos disponemos a disfrutar de una caminata de 10 minutos por una costa virginal hasta lograr el ángulo visual requerido para ver la arcada que se abre en medio del Pont d’en Gil, espigón rocoso desde cuya ubicación es imposible observar la caída del sol sin conmoverse. La zona está repleta de cuevas submarinas.
El Jurado, Betancuria (Fuerteventura)
Castro de Las Gaviotas, Llanes (Asturias)
Es Pontàs, Santanyí (Mallorca)
Charco Manso (El Hierro)
El Canto del Diablo, Piélagos (Cantabria)
Roca Foradada, Torroella de Montgrí (Girona)
Puente de piedra, Sant Antoni de Portmany (Ibiza)
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