Como Cosquín, la Europea vivió épocas de bonanza en los '30
y '40, cuando la ciudad recibía tuberculosos de todo el país. Según Había que cantar...,
libro que repasa la historia del festival, fue el médico Enrique Tornú quien
recomendó respirar el aire coscoíno como cura de enfermedades pulmonares. Los
tuberculosos eran gente de dinero y los giros que sus familias les mandaban le
inyectaban vida al pueblo: las pensiones para alojarlos se multiplicaban.
"Entonces era un ritual venir a tomar el té temprano a la tarde; al
atardecer, el aperitivo; a la noche, el cafecito. Era el lugar de
tertulia", cuenta Rosita Castro, nieta de Villanueva y actual dueña de la
Europea.
Pero aparecieron los antibióticos y Cosquín cayó en
desgracia. La ciudad quedó asociada a la enfermedad, nadie quería visitarla.
Hasta que, en 1961, el festival llegó para acabar con ese mito. Y la Europea
volvió a funcionar como lugar de encuentro.
Por ahí pasaron, y siguen pasando, muchas de las figuras que
hicieron grande a Cosquín; punto clave de reunión, ahora es una escala obligada
de músicos y turistas.
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